Hoy es el Día Internacional de la Tolerancia (no sé a quién se le ha ocurrido, pero la ONU dice que amén, ¡así que chitón!). Compartir piso es una de esas experiencias que ponen a prueba la tolerancia de cualquiera, aunque empieces con muy buenas intenciones. Pero merece la pena hacer un esfuerzo, porque compartiendo piso también puedes aprender mucho y hacer amigos de esos de los buenos.

Nosotros de eso sabemos un rato. Así que este post va a ser un canto a la tolerancia (aunque en algunos momentos no lo pareciera), un golpecito de ánimo para los que estáis desesperando ya de ser capaces de vivir con más tiempo con esa fauna esos seres esas personas que llamamos compañeros de piso. Se puede tolerar a los compañeros de piso, claro que sí.

Dice la Academia (la de la Lengua, se entiende) de la tolerancia en su segunda acepción: “Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.” O sea, que si tu compañero de piso piensa que con fregar la cocina una vez al año basta, cree que el jabón te borra el aura o practica asiduamente la no limpieza, tú nada, a respetar se ha dicho.

Ojalá fuera tan fácil… Si no es que no queramos respetarnos, es que nos lo ponemos muy difícil los unos a los otros con esa manía que nos ha entrado de vivir con otra gente. Bueno, y que cada uno vive a su manera. ¿Cómo convivir con gente tan distinta sin tender a tener pensamientos homicidas?

Ni indulgencia, ni indiferencia

Ojo, que lo dice la ONU, ¿eh? Así que ya sabes. Si te cuesta aguantar a tu compañero de piso, al menos puedes empezar por lo que NO debes hacer: ni pasar de él ni pensar “pobrecico, habrá que dejarlo, bastante tiene con lo suyo…” Vale, estamos de acuerdo, la frasecita suena demasiado a eslogan político como para servir de algo en un caso concreto.

Venga, ahora ya en serio, a ver cómo podemos aplicar los principios básicos de la tolerancia en la convivencia que se da día a día en un piso:

Mentalización y expectativas

Mentalízate de que no estás viviendo sólo, y que compartir piso no es un puñado de gente viviendo cada uno como más le gusta. Ahí empieza buena parte del problema, donde siempre: en las expectativas. No, no puedes hacer lo que te dé la gana, y los demás tampoco; cuanto antes lo asumáis, mejor.

Marcando límites

Límites. Líneas rojas. Por ahí no, tío. Llámalos como quieras, pero todo piso, residencia, perrera, manicomio u otra vivienda colectiva los tiene. Eso sí, ya que estamos hablando de tolerancia, probad a consensuarlos entre todos para que no surjan cuando nadie se lo espera. Escribirlos tampoco está de más para evitar discusiones tontas. Todo un ejercicio de negociación.

Empatía y descentración

Tanto en el momento de crear las normas básicas de convivencia como en el día a día te harán falta grandes dosis de empatía. Es eso de ser capaz de ponerse en el lugar del otro. Pero de verdad, no vale lo de “si yo lo entiendo, pero es que es un guarro”. Ya, eso está claro; se trata de asumir que es un guarro y que no hay por qué intentar cambiarlo.

Un poquito de autocrítica

No deja de ser curioso que siempre sean los otros compañeros de piso los que nos hacen la vida imposible a nosotros, y no al revés. Va a ser que falla algo en el planteamiento. Ah, claro, que a veces somos nosotros, nuestras actitudes y comportamientos, las que tocan las narices al personal. Lo de la viga y la paja, vaya.

¿Cuándo aplicar tolerancia cero?

¿Qué pasa si se han sobrepasado los límites convenidos por todos? Actuar con tolerancia en esos casos implica dar al infractor una segunda e incluso hasta una tercera oportunidad. Si las amonestaciones más o menos amigables no sirven de nada, habrá que pasar a medidas más serias. Pero yo me lo pensaría antes de ponernos drásticos y pedirle que abandone la casa; esto no es Gran Hermano, no podéis obligarle y la situación puede volverse muy tensa…

También hay casos en los que no cabe tolerancia alguna, y esto sí que va en serio del todo. Situaciones de acoso personal o de violencia deben cortarse de raíz, acudiendo a las autoridades si hace falta. Y sin ponernos tan intensos, es interesante reunirse cual sanedrín de andar por casa para revisar los casos más problemáticos y conflictivos en el sofá del salón.

Y oye, que si al final no se puede, no se puede. Tampoco hay que forzar las cosas, por mucho que la ONU diga que si patatín, que si patatán. Si toca partir peras con los compis de piso, procura hacerlo de forma civilizada, eso sí. Y nada, o te haces ermitaño o la próxima vez elige mejor…

Encuentra este y otros muchos contenidos interesantes, útiles y divertidos en nuestro blog y en nuestras redes sociales!!!

Si tu compañero de piso pone tu tolerancia a prueba, o tú la de tus compañeros, cuéntanoslo en los comentarios.