La Siesta: entre el Mito y la Realidad

Los españoles tenemos un problema con la siesta, palabra.

El 4 de abril de 2016 el MailOnline titulaba: "España anuncia planes para eliminar su famosa siesta de 3 horas en un intento de arrastrar a sus trabajadores dentro del siglo XXI e incrementar la productividad". Un día después, el Washington Post: "¡Hora de despertar! El primer ministro español quiere acabar con la siesta".

Para los medios anglosajones, vigilantes de la ética del trabajo, perder el tiempo en el trabajo es anatema. Por lo que descansar varias horas durante la jornada laboral se convierte en herejía. Como veremos más adelante, los españoles tenemos un problema con los horarios, pero no con la siesta en sí. Que el comercio cierre de 2 a 5 de la tarde y que muchas empresas (sin comedor) respeten ese horario nos ha colgado el sambenito de que somos un país de privilegiados improductivos que necesitamos la siesta para recuperarnos de la juerga nocturna.

Sigamos con los prejuicios: según el estudio de Asocama de 2009 con una muestra de 3.000 adultos de toda España, sólo el 16% de los españoles se echa una siesta todos los días. Mientras, ese año Pew Research publicó que el 34% de los norteamericanos se echaba una "power nap" después de comer o en otro momento del día. (Claro, se trata de sueño reparador, no holgazaneo).

La ética protestante del trabajo preconiza arrancarle horas productivas a Morfeo. El inventor Edison se jactaba de que sólo dormía 3 o 4 horas cada noche, pues proclamaba al sueño enemigo de la productividad. Lo que nunca dijo era que tenía camillas repartidas por los laboratorios, bibliotecas y salones que frecuentaba durante el día para planchar la oreja durante unos minutos varias veces durante cada jornada. Pero no, tampoco se trataba de siestas. ¡El prolífico inventor recargaba las pilas!

Algo parecido ocurrió con Margaret Thatcher. Sus ayudantes proclamaban orgullosos que sólo dormía unas cuantas horas por noche. Pero ahora sabemos que dejaban su agenda libre de 14:30 a 15:30 a diario, para que la Dama de Hierro se recuperase de sus desvelos.

De hecho, Winston Churchill es de los pocos estadistas que admite que se echaba la siesta. En su libro The Gathering Storm proclama:

"La naturaleza nunca quiso que la humanidad trabajase desde las 8 de la mañana hasta medianoche sin el refresco del bendito olvido; aunque solo dure 20 minutos es suficiente para renovar todas las fuerzas vitales."

Albert Einstein necesitaba dormir 10 horas por la noche y algún que otro sueñecito durante el día para que su cerebro funcionase bien. Al igual que Salvador Dalí, era un micro-siestero que nunca caía en sueño profundo. Para asegurarse, se acurrucaba en su sillón favorito con los brazos extendidos sujetando unas llaves mientras se adormilaba unos minutos. Al caerse el objeto al suelo, hacía ruido y le despertaba. Parece ser que espabilarse tras esa primera fase de sueño nos conecta con la parte del cerebro que crea imágenes y sensaciones fuertes. Algo de lo que el maestro surrealista dejó amplia constancia pictórica.

Cada vez más estudios preconizan que dormir un rato después de comer tiene amplios beneficios. Según Enric Zamorano, coordinador de la Sección del Sueño de SEMERGEN, la siesta más beneficiosa es aquella que no dura más de 30 minutos y se realiza en el sofá -y no en la cama (donde podríamos caer en una fase de sueño mas profunda. Y por ende dormiríamos peor de noche)-.

Para Damien Léger, director del Centro de Investigación del Sueño en el hospital Hôtel-Dieu de París, lo mejor es dormir durante 20 minutos. Excediendo ese tiempo, corremos el riesgo de caer en lo que los científicos denominan sueño de ondas lentas, un estado que podría dejarnos en “embriaguez del sueño”, en lugar de con una sensación de renovación.

La NASA, preocupada por los ciclos circadianos de sus astronautas en misiones largas define su duración óptima: con 26 minutos de siesta, la eficacia de sus pilotos aumenta un 34%.

Así pues el error español radica en el nombre siesta. Porque echarse un rato se da en muchos otros países. En Italia se le conoce como "risposto". Y los trabajadores japoneses suelen practicar el "inemuri" (presentes -mientras- duermen). Allí, la cabezada en el tajo es ejemplo de dedicación intensiva: el fiel trabajador se ha vaciado totalmente con sus tareas.

Y según el artículo 43 de la Ley China, los trabajadores tienen derecho fundamental a descansar, lo que en muchas fábricas se traduce en siestecillas de hasta una hora.

Los empleados de Google disfrutan de "nap rooms", oficinas con puertas herméticas que las mantienen insonorizadas y oscuras. Además disponen de "cápsulas de sueño" (6.000 euros la unidad de MetroNaps), programables para dormir con cero gravedad y música relajante que despiertan al usuario a los 20 minutos con luces y vibraciones.

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Por todo ello, los españoles, lejos de abandonar la siesta y sentirnos atrasados, deberíamos fomentarla para acercarnos a los niveles de práctica de los americanos. Pero con otro nombre que no recuerde tanto a la palabra "fiesta". En la era de los móviles, rebauticemos la siesta como una "Recarga anímica" y presumamos de haber sido durante siglos sus garantes.

¿Cuántas veces te han preguntado si duermes la siesta en el extranjero? ¿Eres de siestas?

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