Los rápidos avances de la tecnología en los últimos años han alcanzado a la mayoría de mercados. Hemos sido testigos de ello en sectores tan diversos como el financiero, el logístico o el agrícola. El inmobiliario, y muy especialmente para compañías como Spotahome, no es tampoco ajeno a estos cambios y la consecuencia más directa para el ciudadano se manifiesta en su propio hogar. Así, las viviendas del presente están ya mirando hacia los edificios inteligentes.
Los edificios inteligentes –smart buildings en inglés– utilizan la tecnología de forma integrada para perseguir una serie de objetivos, entre los que destacan dos principalmente:
- La búsqueda de la eficiencia energética, sobre todo en un contexto urgente de cambio climático.
- La comodidad en el hogar como prioridad de la nueva arquitectura, que conecta conceptos que van desde la accesibilidad hasta la usabilidad.
Esta doble perspectiva, que tiene en cuenta las nuevas necesidades de la población, es la premisa indiscutible de la que debe partir cualquier conversación sobre edificios inteligentes.
Eficiencia, materiales y conectividad
La eficiencia, como decíamos, es imprescindible en un edificio inteligente. Ésta, por supuesto, no implica sólo el ahorro en el residencial, sino también en edificios o construcciones con usos industriales y comerciales. Además, la nueva arquitectura debe ser pensada también desde una perspectiva medioambiental, más respetuosa con el planeta y con el cambio climático como reto presente. Sin ir más lejos, la Unión Europea quiere descarbonizar por completo el parque nacional de edificios con vistas al año 2050, por lo que se entiende que ahora, con la nueva normativa, los edificios que se construyan deban reducir drásticamente su consumo energético.
En parte, los edificios inteligentes son construidos y diseñados de forma que, a través de sus materiales, aprovechen al máximo los recursos para no dejar escapar ni un átomo de energía, favoreciendo el aislamiento térmico, algo que también ayuda a mitigar el impacto ambiental. De este modo, las nuevas construcciones cada vez tienen más en cuenta este tipo de materiales, entre los que destacan, por ejemplo, hojas de poliuretano vegetal para conservar el calor o tecnologías de techo frío para no gastar en aire acondicionado en verano.
Es evidente que en un edificio de viviendas el consumo energético muy variable. Este dependerá de factores como el número de movimientos de sus residentes, el momento del día o de la época del año. Un edificio inteligente es el que reconoce y analiza estas variables y, en consecuencia, ajusta los recursos a las necesidades de los residentes, todo ello automáticamente. Por ello, los edificios inteligentes están servidos de sistemas complejos de sensores que, gracias a convertidores de frecuencia, pueden medir las condiciones ambientales de los espacios para, por un lado, regular el acondicionamiento y, por el otro, no malgastar recursos donde no hacen falta.
En este tipo de construcciones es fundamental partir de una visión integradora del funcionamiento del edificio. La arquitectura inteligente se sirve del concepto de conectividad para que todo trabaje por un bien u objetivo común, que ya puede ser la propia eficiencia del edificio o la mejora del bienestar de los habitantes. Para ello, es clave el control de los datos, a través de softwares centralizados que pueden facilitar el monitoreo de distintas variables del edificio, que van desde la humedad hasta la temperatura, así como estimaciones a tiempo real del gasto energético para una mayor perspectiva de ahorro.
La domótica, clave en el bienestar
La domótica juega un papel muy importante en la concepción de los edificios inteligentes, aunque normalmente está más enfocada en la vivienda y en los usos domésticos. Más allá de los datos de eficiencia, lo que cada vez se busca más en el hogar es la comodidad y, en este caso, viene de la mano de la domótica. Esta podría definirse como la integración de sistemas que permiten automatizar los procesos en un inmueble, creando valor en cuestiones fundamentales como la seguridad o la usabilidad.
En 2022, habrá más de 5.000 millones de dispositivos conectados en los hogares de todo el mundo, lo que da cuenta de cómo la tecnología ha impactado en la vida diaria de los consumidores. Esto es posible gracias al Internet de las Cosas –IoT en sus siglas en inglés–, la tecnología base de la domótica, que tiene una infinidad de aplicaciones. Desde los frigoríficos inteligentes hasta los asistentes personales –Alexa en Amazon o Siri en iOS–, el IoT lleva ya años dando muestras de lo presente que está en nuestro día a día.
Las funcionalidades del IoT en el hogar, como decíamos, son inabarcables. Así, una smart home podría prepararte un café por la mañana minutos antes de que te levantes o desconectar automáticamente electrodomésticos cuando no los estés utilizando. Por no hablar de las luces, ya que una casa inteligente podría también sería capaz de detectar cuándo la luz de una habitación se está utilizando en balde o no, de la que también podríamos regular su intensidad. Asimismo, hay smart homes que también son capaces de generar informes de optimización energética, con los que el usuario puede reorganizar su consumo para ahorrar dinero a final de mes.
A partir de la domótica, una vivienda inteligente coloca la comodidad en el centro de las prioridades del hogar. Si bien esto se alcanza a través de la automatización de cosas que hace años nos habrían parecido impensables, los hogares caminan ahora hacia un futuro en el que se convertirán en espacios tan seguros como flexibles, donde todo puede ser monitorizado desde nuestro propio smartphone a kilómetros de distancia.